domingo, 4 de enero de 2015

El matrimonio esquimal

Los mitos acerca del préstamo de esposas tienen visos de realidad




Este pueblo callado y lejano desarrolló una compleja estrategia de reglas sociales que deja sorprendido al mundo occidental. Los esquimales viven en la zona ártica, no pertenecen, realmente, a ninguna nación. Son un pueblo muy solidario y pacífico y, por naturaleza, nómade. El cimiento de su cultura se basa en la familia patriarcal y polígama, en la que cada hombre tiene varias esposas, más, cuanta mayor es su riqueza. Ambos sexos tienen una contextura pequeña superando apenas en metro y medio de estatura, su aspecto es compacto, cuadrado, de extremidades poco gráciles, adaptados a los rigores del clima helado (extremidades largas y altura considerable hacen que el calor corporal se pierda con mayor rapidez). Son de costumbres tradicionales. Las mujeres se dedican al trabajo hogareño y los varones cazan y pescan, son, pues, los proveedores.



Disfrutan una convivencia pacífica, donde la hospitalidad y la amabilidad juegan roles importantes.En caso de disputas, se resuelven pacíficamente mediante una especie de ritual poético-musical (tordlotut) en el que se representa un juego de ridiculización de los litigantes ante la asamblea tribal.
Su idiosincrasia religiosa es politeísta. Creen en la existencia de seres superiores, de origen natural y universal, (creencia común de los pueblos antiguos) a los que no es necesario rendir culto ni rezar. Sedna es la diosa del mar y Sila el espíritu del aire. La Luna, que vive en incesto con su hermano el Sol, es la diosa de la reproducción.
           

Hay un detalle internacionalmente conocido acerca del pueblo esquimal. La creencia de que los varones ofrecerán los servicios sexuales de sus esposas a cualquier visitante. Es cierto que los hombres esquimales intercambian esposas en ocasiones, pero no ofrecen ese privilegio a cualquiera. El préstamo de esposas a perfectos extraños, ocurrido de vez en cuando en algunos lugares, nunca fue la costumbre generalizada.

                       
Intercambio ritual de cónyuge

Fue practicado este ritual, en una forma u otra, en todas las regiones donde vivían los esquimales, de Groenlandia oriental hasta en el mar de Bering. Este tipo de intercambio de pareja  siempre estuvo asociado con una finalidad religiosa, y se realizaba siempre a instancias de un angekok (chamán). A menudo, la causa original del intercambio era una especie de sacrificio ritual en haras de obtener algún resultado deseado, como mejores condiciones climáticas o de caza.
Se reunían un número de parejas casadas y esperaban a que el angekok se contactara con los espíritus, entonces se intercambiaban parejas al azar. La idea, parece ser, que los espíritus estarían más dispuestos a cooperar si se hacía de esa manera.



El co-matrimonio

Se podían encontrar rastros de este en casi todas las zonas habitadas por los esquimales. El co-matrimonio no era un episodio aislado en la vida de un esquimal, usualmente se conviertía en un convenio de por vida entre dos familias. Además de los motivos obvios y tentadores de tener relaciones sexuales con una nueva pareja, el propósito era fortalecer la cohesión económica y los lazos de amistad entre las dos familias, que podrían desarrollar una interdependencia en tiempos de necesidad.

Cada matrimonio mantenía su propia casa. Cada cierto tiempo, uno de los hombres se instalaba en la casa de la otra pareja y asumía las responsabilidades del otro, junto con sus derechos y privilegios. El intercambio duraba alrededor una semana, y después de eso, cada marido volvía a su casa original hasta que el intercambio se repetía algunos meses después. Las parejas participantes pactaban estos acuerdos con una familia únicamente o con varias, ampliando así lazos y periplos.
              


La esposa de préstamo

El marido prestaba a su esposa sin recibir otra a cambio. La concepción popular es que era una cuestión de hospitalidad común ofrecer este servicio a cualquier hombre que viajaba sin su esposa, pero esto no es correcto, ni siquiera aproximado.
Si un invitado pedía prestada una esposa, las normas de la hospitalidad de la sociedad esquimal dificultaban que se pudiera rechazar la propuesta, máxime cuando el anfitrión poseyera más de una esposa; sin embargo, si a un viajero se le había ofrecido la mujer de su anfitrión, quedaba implícito que cuando este se convirtiera en huésped del primero, tendría acceso a la esposa del anfitrión en en ese momento.
A veces una mujer soltera, por lo general una viuda, se ofrecía voluntariamente a un viajero. Las personas solteras de ambos sexos tenían una libertad sexual  considerable, y nadie los molestaba por el ejercicio de esa libertad.
Cuando un hombre viajaba fuera de su casa, llevaba con él a su esposa para en prevención de posibles infidelidades, pero si por alguna razón la mujer no podía acompañarlo, el esposo la dejaba en custodia de un amigo de confianza que tendría sexo autorizado con la misma. Autorización masculina, eso sí, aun cuando parece ser que ellas aceptaban de buen grado un compañero ocasional durante la ausencia del esposo. De hecho, si las esposas quedaban solas, los maridos corrían el riesgo no sólo de que cualquier otro hombre pudiera tratar de dormir con ellas, sino que uno de ellos se casase con ellas (el rapto de una de las mujeres solteras o casadas era una forma común de obtener una esposa).
      


Infidelidad

Definida como "las relaciones sexuales fuera del matrimonio y sin el permiso del cónyuge", era un asunto serio. El asesinato entre hombres no era infrecuente en la sociedad tradicional de los esquimales, y los celos sobre las mujeres eran probablemente el motivo principal. El divorcio también fue común, especialmente entre las parejas que no tenían hijos, y la infidelidad era la causa principal para estas disociaciones familiares.




¿Qué opinaban ellas?


La evidencia es incompleta, porque la mayoría de los observadores occidentales no consideró la opinión femenina una cuestión importante. La escasa información disponible indica que las mujeres estaban dispuestas; que tenían, al menos en teoría, un poder de veto sobre todos esos acuerdos, aunque el ejercicio de ese poder podría llevar a los maridos a maltratarlas físicamente. Como último recurso, las mujeres (y hombres) tenían un derecho absoluto y libre al divorcio.