Harakiri (en japonés, `abrirse el vientre'), práctica japonesa de suicidio ritual por destripamiento, en origen restringida consuetudinariamente a los nobles y adoptada más tarde por todas las clases. El término también se utiliza para designar cualquier suicidio cometido en aras del honor personal. El harakiri tiene sus orígenes en el Japón feudal, cuando lo practicaban los samurai, o nobles guerreros, para eludir el deshonor de caer capturados por sus enemigos. Más tarde se convirtió de hecho en un método indirecto de ejecución, según el cual, cualquier noble que recibía un mensaje del micado, por el que se le comunicaba que su muerte resultaba esencial para el bien del imperio, se hacía el harakiri.
En la mayoría de los casos de los denominados harakiri obligatorios, el comunicado imperial iba acompañado de una daga ricamente adornada para que fuera utilizada como instrumento del suicidio. Al infractor se le concedían un determinado número de días para preparar la ceremonia. En casa del noble ofensor, o en un templo, se levantaba un estrado que se cubría con alfombras rojas. Al comenzar el acto final, el noble, ataviado con atuendo ceremonial y asistido por un grupo de amigos y oficiales, ocupaba su lugar en el estrado. Postrado de rodillas, rezaba sus oraciones, recibía la daga de manos del representante del emperador y públicamente confesaba su culpa; entonces, desnudándose hasta la cintura, hundía la daga en el costado izquierdo del abdomen, la desplazaba lentamente hacia el costado derecho y efectuaba una incisión ligeramente ascendente. En el último momento, un amigo o familiar decapitaba al noble moribundo. A continuación, era costumbre enviar la daga ensangrentada al emperador como prueba de la muerte del noble por este método. Si el transgresor se hacía voluntariamente el harakiri, es decir, actuaba según el dictado de su conciencia culpable en lugar de por mandato del emperador, su honor se consideraba restituido y todas sus posesiones pasaban a manos de su familia. Por el contrario, si el harakiri venía ordenado por el emperador, la mitad de las posesiones del muerto quedaban confiscadas por el Estado.
Cuando lo practicaban individuos de todas las clases sociales, el harakiri servía con frecuencia como gesto supremo de devoción hacia un superior que hubiera fallecido, o como forma de protesta contra algún acto o medida gubernamental. Esta práctica llegó a estar tan difundida que, durante siglos, se producían unas 1.500 muertes al año por este método; más de la mitad de ellas eran actos voluntarios.
El harakiri como forma de suicidio obligatorio quedó abolido en 1868. En épocas modernas es raro que se produzca como medio de suicidio voluntario. Sin embargo, muchos soldados japoneses recurrieron al harakiri durante los últimos conflictos bélicos, incluida la II Guerra Mundial, para eludir la ignominia que suponía la derrota o el cautiverio.
El emperador Meiji Tenno rigió Japón durante el periodo en el que este país afrontó su proceso de modernización, poniendo fin a su secular feudalismo y convirtiéndose en una potencia mundial, industrializada y unificada por la ideología nacionalista proimperial. Trasladó su residencia del antiguo Kioto a Tokio, y recorrió todo el país para fomentar la unidad entre el pueblo ante los cambios radicales.
Se puede creer que el Hara kiri es una práctica feudal alejada completamente del espíritu del Japón moderno. Sin embargo, fue únicamente en 1970 cuando Jukio Mishima, el renombrado escritor, dramaturgo, nacionalista y entusiasta deportista japonés, siguió la práctica antigua y se hizo el Harakiri. Admiraba las tradiciones de su patria y creía que el Japón moderno estaba abandonando sus derechos naturales al adoptar las costumbres de Occidente. Habló en una asamblea militar, acompañado por sus partidarios más allegados y trató de obtener respaldo para un levantamiento militar destinado a reincorporar al Japón, a sus costumbres tradicionales. Al fracasar recurrió a la salida tradicional del Samurai.
Tal vez el espíritu del Japón feudal está considerablemente más próximo a la superficie de lo que suele suponerse.